martes, 1 de septiembre de 2009

300 gramos de arroz y 300 gramos de virtud.


Mi madre me regala pendientes de perlas y trajes de chaqueta con la esperanza de verme aparecer por la oficina como recién salida de una serie de abogados. Yo busco el término medio y ni asomo en plan antiglobalización con el pelo recogido con un lápiz ni me entrego a la falda recta por la rodilla. Hoy, ilusionada con hacer de mí una esposa ejemplar, se ha superado. Me ha regalado tres cajas diferentes, tres, de “Paellero Carmencita”. ¿Sobre qué he de jurar, sobre el legendario manual de cocina de la sección femenina? Juro. Con estas tres cajas podría condimentar un arroz para quinientos comensales, calculo. “¿No te ha dado ahora por hacer paellas?”, pregunta. “No, que yo sepa. Hice un arroz la semana pasada por probar y porque tenía macarrones del día anterior como plan be”, le digo. “Pues eso, que te ha dado por hacer paellas”.


Las cajitas de especias son lindas, traen recetas en el reverso que no me hablan en imperativo, y yo eso lo valoro.



"Chica, ¿dónde quedó tu Derecho Eclesiástico?", 2009




EN QUE SE HABLA DE LAS LEYES Y CONDICIONES DEL ESTADO DEL MATRIMONIO Y DE LA ESTRECHA OBLIGACIÓN QUE CORRE A LA CASADA DE EMPLEARSE EN EL CUMPLIMIENTO DE ELLAS.

Este nuevo estado en que Dios ha puesto a vuestra merced, sujetándola a las leyes del santo matrimonio, aunque es como camino real, más abierto y menos trabajoso que otros, pero no carece de sus dificultades y malos pasos, y es camino donde se tropieza también y se peligra y yerra, y que tiene necesidad de guía como los demás; porque el servir al marido y gobernar la familia y la crianza de los hijos, y la cuenta que juntamente con esto se debe al temor de Dios, y la guarda y limpieza de la conciencia (todo lo cual pertenece al estado y oficio de la mujer que se casa), obras son que cada una de por sí pide mucho cuidado, y que todas juntas, sin particular favor del cielo, no se pueden cumplir. En lo cual se engañan muchas mujeres, que piensan que el casarse no es más que dejar la casa del padre y pasarse a la del marido, y salir de servidumbre y venir a libertad y regalo; y piensan que con parir un hijo de cuando en cuando, y con arrojarlo luego de sí en los brazos de un ama, son cabales y perfectas mujeres. (...)

La perfecta casada, Fray Luis de León